En mis días de tristeza y desánimo, uno de los únicos
momentos donde se me dibujaba una gran sonrisa en el rostro era en la llegada
de esa persona a aquel lugar silencioso. La biblioteca. La sala era amplia y
silenciosa. Contaba con varias mesas para leer y estudiar. Estaba dividida en
sectores. Novedades, biografias, peliculas, videos y libros. En medio de la
sala se encontraba el mostrador principal de préstamos, y al fondo se
encontraban las bibliotecarias en el sector “información”. Aquella tarde, me
encontraba sentada en el mostrador de préstamos, casi no había gente estudiando.
Yo estaba dibujando ojos en un pedazo de papel blanco, hasta que escucho el sonido de la
puerta de la biblioteca. Otro pesado, pensé, ¿Por qué no se queda
estudiando en su casa? Pero no era otro pesado. Era él. Siempre tan simpático,
tan cordial y amable. Habitualmente iba de traje, con una sonrisa hermosa y
encantadora. Inevitable no levantar la mirada para saludarlo, e inevitable
también la exagerada sonrisa al decirle “Hola…”.
Se sentaba a varios metros del mostrador, en las
mesas de los costados generalmente, pero igual era muy fácil de verlo si yo quería.
Y eso es lo que hacía, lo miraba. Lo miraba siempre que iba, me parecía tan
atractivo, tan misterioso… no sabía si estudiaba Derecho o Ingeniería, quería
hablarle y no sabía de qué, tampoco sabía como comenzar. Me ponía nerviosa ante
su presencia. Las únicas palabras que cruzabamos eran “…hola como estas? Bien, vos? Bien…” “…bueno chau, nos vemos…”. ¿Cuándo?
Decime cuando nos vemos? Decía yo entre risas con mis compañeras sin que el
gatito escuchara, porque con ese nombre lo habíamos bautizado. Era el gatito de la biblioteca.
Tenía todo el aspecto de ser una persona que estaba
muy concentrada en su carrera y trabajo, se lo veía muy responsable y serio,
pero a la vez, su mirada era astuta, la forma en la que me saludaba o saludaba a
mis compañeras, era como si quisiera ir mas allá de un saludo, mas allá de una
simple charla, mas allá de todo… Pero en fin, a mi le gustaba igual, a pesar de
transmitir ese mensaje quizás un poco negativo de su persona.
Yo sabía que los días martes y viernes, él pasaría
por la biblioteca a la misma hora de siempre a estudiar sólo o con su
compañero. Sabía también el tiempo que se quedaba en la sala, sabía que casi
nunca llevaba libros en préstamo, sabía que toda su concentración estaba en su
estudio. Sabía… sabía… yo sabía solo
eso… lo que veía a simple vista… pero en mi cabeza recorrían mil historias
acerca de su vida. Era todo un misterio.
¿Estará casado? ¿Tendrá una hija? ¿Dos hijos? ¿Estará separado? “…viste si tenia anillo de casado?” me
preguntaban mis compañeras. No. No había anillo. ¿Y si se lo sacaba? ¿Y si no
usaba anillo? …y si…? Y si mejor le hablaba de algo? No podía, no sabía de qué,
no sabía como arrancar. Lo tenía en frente mio y lo que le quería preguntar
daba vueltas en mi cabeza. ¿Te estas
preparando para un parcial? Ni eso podía preguntar. La pregunta más sencilla
del mundo. Hasta en mis propios pensamientos se me trababan las palabras
imaginándome que le hacía esa pregunta en voz alta. Llegaba la hora. Eran las siete de la tarde y
se marchaba. Nuevamente con su radiante sonrisa saludaba con un simple “chau,
nos vemos” Si, por favor, quiero verte…
Quiero que ya sea la próxima vez…
Y ahí terminaba mi momento de placidez, de
despreocupación, de felicidad fugaz….

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